Ecografías

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Una vez asimilamos todo lo que nos estaba pasando, tuvimos que evidentemente confirmarlo con el médico (así fue) y a partir de ahí tomar decisiones. Decidimos llevar el embarazo tanto por el seguro médico privado como por la seguridad social, ya que era mucho más cómodo parir en un hospital privado si todo iba bien, aparte de que la gine me daba mucha confianza, pero por si la cosa se torcía quería que tuvieran mi historial y el seguimiento en la seguridad social (bendita la hora).

Esto hacía que se duplicaran las ecografías (pero no seguidas sino intercaladas en el tiempo, lo que hacía que le viéramos muy a menudo) pero no las pruebas porque me las hacía solo en la seguridad social y le llevaba los resultados a la privada.

La primera eco fue a las 6 semanas y ahí una vez vimos que había una lentejita y la oímos latir, caímos rendidos de amor, es una sensación muy difícil de describir y que sólo las que la han sentido sabrán de lo que hablo.

A las 7 tuvimos esa misma confirmación en la privada, y a las 8 en la pública de nuevo para ver que todo seguía bien.

Por fin llegó la de las 12 semanas, en la que si te dicen que está todo bien, cruzas la barrera psicológica del primer trimestre, te relajas y empiezas el segundo trimestre a disfrutar de que todo va como tiene que ir y todo va a salir genial (qué ilusos éramos). En la 12 todo estaba perfecto y ya era un bebé en miniatura, nada de lentejita.

Hubo otra eco a las 15 y otra a las 18 (público y privado respectivamente) y todo seguía fenomenal, en teoría era niña y no podíamos ser más felices, habíamos elegido nombre, teníamos ya algunas cositas (muy pocas) y la familia ya incluía a nuestro bebé en sus vidas.

Hasta que llegó la ecografía de las 20 semanas…

Y Álvaro nos sorprendió a todos.

Estelita.

 

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